Este evento no fue un hecho aislado. La actividad geológica se extendió por todo el globo con sismos de magnitud moderada a fuerte en diversas regiones. Se registraron temblores de magnitud 5.5 en la Dorsal Índico-Antártica, 5.2 en la Dorsal del Pacífico-Antártico y un significativo 5.0 en el estado de Acre, Brasil. Otras zonas del Cinturón de Fuego del Pacífico también se vieron afectadas, con sismos de magnitud 4.6 cerca de Taira, Japón, y 4.5 en las proximidades de Tual, Indonesia.
Paralelamente, se ha observado una persistente actividad de menor intensidad en zonas sísmicamente conocidas. La región del Caribe experimentó una serie de temblores, con magnitudes entre 2.5 y 3.6 en Puerto Rico, República Dominicana y las Islas Vírgenes de EE. UU. De manera similar, Alaska continúa con su enjambre sísmico habitual, registrando múltiples sismos por debajo de la magnitud 3.5. Temblores menores también fueron reportados en puntos de California, Kansas y Arizona.
Esta serie de eventos subraya la naturaleza dinámica de la corteza terrestre. Aunque la mayoría de estos sismos no han supuesto un riesgo directo para las poblaciones por su ubicación remota o baja magnitud, en conjunto pintan un cuadro de un planeta geológicamente activo y en constante movimiento.